La deuda global ha alcanzado niveles sin precedentes y plantea dudas sobre su viabilidad a largo plazo. Este análisis aborda cifras, riesgos y soluciones para un futuro más estable.
En el primer trimestre de 2025, la deuda global sumó 324 billones de dólares, un crecimiento de 7,5 billones en solo tres meses. Paralelamente, la deuda pública mundial escaló de 97 billones en 2023 a 102 billones en 2024, según el informe "Un Mundo Endeudado 2025" de la UNCTAD.
Los países en desarrollo han visto su deuda pública duplicarse en ritmo respecto a las economías avanzadas desde 2010, situándose en 31 billones de dólares en 2024. El FMI proyecta que la deuda pública global alcanzará el 95,1% del PIB mundial en 2025, y podría superar el 117% en 2027 en escenarios adversos, niveles no vistos desde la Segunda Guerra Mundial.
El crecimiento de la deuda global responde a múltiples causas interrelacionadas. La ralentización económica mundial ha reducido ingresos fiscales, mientras que la guerra arancelaria entre potencias ha añadido incertidumbre.
Además, el incremento en los gastos de defensa, especialmente en Europa, y la reducción de la ayuda exterior han forzado a muchos gobiernos a buscar financiamiento en mercados internacionales. Las tasas de interés elevadas y la fortaleza del dólar, moneda usual para deuda emergente, exacerban la presión sobre los países emergentes.
El deterioro de la confianza de los acreedores puede desencadenar riesgos de crisis súbita. Un cambio brusco en expectativas, conocido como efecto "stampede", podría precipitar reestructuraciones masivas.
En economías emergentes, la relación deuda/PIB alcanzó un récord de 245%, con 3.400 millones de personas viviendo en países donde el gasto en intereses supera la inversión en educación o salud. Esta carga financiera excesiva desvía recursos de servicios esenciales, socavando el desarrollo.
Los gobiernos con altos niveles de deuda enfrentan una encrucijada: recortar gastos en programas sociales o aumentar impuestos. Ambas opciones generan tensión política y social.
La presión por reducir déficits puede traducirse en protestas y protestas ciudadanas cuando se recortan beneficios o servicios públicos. A su vez, esto erosiona la confianza en las instituciones y limita la capacidad de inversión pública.
Para asegurar la sostenibilidad, es crucial combinar políticas fiscales prudentes con reformas estructurales. Los gobiernos deben focalizar el gasto en inversiones que generen crecimiento, como infraestructura y tecnología.
La coordinación internacional efectiva es esencial: organismos multilaterales pueden facilitar marcos de reestructuración y ofrecer asistencia técnica. Un dólar más débil y tasas de interés moderadas aliviarían la carga, pero estas condiciones deben acompañarse de compromisos creíbles de reforma para mantener la confianza de los acreedores.
La magnitud actual de la deuda global plantea desafíos sin precedentes. Sin embargo, con estrategias coordinadas, inversión inteligente y reformas estructurales, es posible mantener la viabilidad financiera sin sacrificar el bienestar social.
La clave radica en equilibrar las necesidades de corto plazo con la visión de largo plazo, aprovechando la cooperación internacional y promoviendo políticas que impulsen el crecimiento. Solo así se garantizará un futuro más sólido y equitativo para todas las naciones.
Referencias