La Inversión Extranjera Directa (IED) es un motor clave para el desarrollo económico, la creación de empleo y la transferencia tecnológica. Sin embargo, las recientes fluctuaciones globales han generado interrogantes sobre su dirección, sus sectores prioritarios y su impacto real en diferentes regiones.
La IED se define como el flujo de capital internacional que otorga a un inversor una influencia significativa o el control directo en la gestión de una empresa foránea. Para los organismos internacionales, la IED existe cuando el inversionista posee al menos el 10% del poder de voto en la sociedad receptora.
Esta forma de inversión comprende aportes de capital, reinvención de utilidades y deuda, así como las rentas derivadas de estos aportes. Los movimientos de IED se reflejan en la Balanza de Pagos y en la Posición de Inversión Internacional, evidenciando un compromiso de largo plazo entre países de origen y destino.
En 2024, los flujos globales de IED alcanzaron 1,5 billones de dólares, mostrando un alza del 4% con respecto al año anterior. No obstante, este crecimiento ocultó volatilidad significativa debido al uso de economías europeas como centros intermediarios.
Para 2025, la IED mundial registró una caída del 11%, marcando el segundo año consecutivo de descenso en flujos productivos. Entre las causas principales sobresalen:
El impacto de esta contracción fue más pronunciado en economías desarrolladas, especialmente en Europa. En mercados emergentes, si bien los volúmenes se mantienen, sectores críticos como infraestructura y energía muestran signos de estancamiento.
Se observa un marcado giro hacia industrias de alta tecnología y servicios basados en conocimiento. La inversión en manufacturas avanzadas y tecnologías emergentes sustenta gran parte del dinamismo reciente, mientras que el uso de materias primas básicas crece a un ritmo inferior al PIB per cápita.
La integración regional desempeña un rol crucial. Norteamérica, por ejemplo, ha consolidado cadenas de valor complejas en manufactura y tecnología, atrayendo inversiones que buscan eficiencia logística y proximidad al mercado.
América Latina exhibe realidades contrastantes. En México y Chile, las cifras reflejan potencial y áreas de mejora, como muestra la siguiente tabla:
En México, la posición geográfica y la red de 13 tratados de libre comercio impulsan un flujo constante de IED. Casi la mitad de esta inversión converge en la manufactura avanzada Industria 4.0, consolidándolo como destino global de primer nivel.
Chile, por su parte, registró un superávit en cuenta corriente de 630 millones de dólares en el primer trimestre de 2025. Los flujos de capital netos en la cuenta financiera ascienden a 108 millones, impulsados sobre todo por IED, mientras su posición de inversión internacional aumenta por la revalorización de acciones.
Estados Unidos continúa siendo receptor y emisor dominante de IED. Entre 2020 y 2022 recibió entre 95.882 y 387.780 millones de dólares anuales de inversión, acogiendo más de 2.000 proyectos greenfield en 2022 por un valor de 163.858 millones.
El stock acumulado de IED saliente supera los 10 billones de dólares, gracias a un mercado robusto, instituciones sólidas y un ecosistema de innovación puntero. Esta posición refuerza su capacidad de atraer capital en sectores estratégicos.
La caída sostenida de los flujos productivos plantea retos urgentes, especialmente para países en desarrollo que requieren inversiones en infraestructura resiliente, transición energética y tecnologías limpias para cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Los organismos internacionales instan a ajustar políticas de atracción de capital, equilibrando la necesidad de captar fondos con criterios de impacto social y ambiental. Solo así se evitará que la volatilidad financiera siga drenando recursos lejos de las zonas que más los necesitan.
De cara al mediano plazo, se espera una reorientación de la IED hacia proyectos que integren criterios ESG y ODS, así como un aumento de la participación de fondos de impacto y capital de riesgo en economías emergentes. La cooperación multilateral y la coordinación regional serán determinantes para canalizar inversiones de manera efectiva.
En conclusión, la dirección del capital global depende de la capacidad de los países para ofrecer entornos estables, transparentes y alineados con los desafíos del siglo XXI. Solo así la IED podrá cumplir su promesa de fomentar el crecimiento sostenible y reducir brechas de desarrollo.
Referencias