En un mundo en constante transformación, comprender las dinámicas que moldean la economía global se ha vuelto más crucial que nunca. Este artículo explora con rigor y claridad las proyecciones, los riesgos y las oportunidades que marcarán el panorama económico en 2025 y más allá.
Las estimaciones para 2025 apuntan a un crecimiento mundial de entre el 2,3% y el 3,3%, cifras que contrastan con el promedio histórico del 3,7% registrado entre 2000 y 2019. Esta desaceleración, que se sitúa por debajo del umbral del 2,5% asociado a recesiones, refleja crecimiento global proyectado inferior al promedio. El FMI estima un 3,3%, mientras que la OCDE y Morgan Stanley pronostican un 2,9%, y la UNCTAD proyecta apenas un 2,3%.
El desempeño regional varía: en Estados Unidos, Canadá y México la desaceleración es palpable, con EE.UU. reduciendo su ritmo del 2,8% en 2024 al 1,6% en 2025. China, por su parte, también experimenta un frenazo tras décadas de expansión acelerada. Estas cifras invitan a un análisis detallado de los factores subyacentes.
Los flujos comerciales y la confianza empresarial se han visto afectados por un clima de tensión geopolítica y volatilidad financiera. El Índice de Incertidumbre de Política Económica alcanzó en 2025 su nivel récord de incertidumbre, y el VIX —conocido como el “índice del miedo”— tocó el tercer nivel más alto de la historia, solo superado en la crisis de 2008 y la pandemia de 2020.
Estos elementos, combinados con la ralentización de la inversión global y la caída en la construcción de vivienda e infraestructura, han limitado la capacidad de muchos países para revitalizar sus economías.
A pesar de la desaceleración, la inflación global se mantiene moderada pero persistente, proyectándose en un 4,2% para 2025 y un 3,5% en 2026. En los países de la OCDE, sin embargo, la inflación podría mantenerse en torno al 4,2% en 2025 y descender solo al 3,2% en 2026.
Los bancos centrales revisan sus estrategias: se anticipa mayor disposición a reducir tasas en la mayoría de las economías desarrolladas, en la medida que la inflación ceda. EE.UU. podría ser la excepción, manteniendo tipos elevados hasta 2026 para contener presiones inflacionarias persistentes.
La inversión global permanece por debajo de su potencial, arrastrada por la incertidumbre y un entorno de costos de financiamiento elevados. La inversión pública y en vivienda ha caído, dificultando proyectos esenciales de infraestructura y vivienda asequible.
Los déficits fiscales aumentan: EE.UU., la eurozona y China incrementarán el gasto público para impulsar la economía. Esto elevará el peso de la deuda, especialmente en Alemania, que registra niveles de déficit no vistos desde la reunificación, y en EE.UU., donde el costo del servicio de la deuda se convierte en una carga creciente.
Para enfrentar estos desafíos, los responsables de la formulación de políticas deben encontrar un equilibrio entre la contención de la inflación y el estímulo al crecimiento. A continuación, algunas propuestas:
El impacto de la digitalización y las tecnologías emergentes en la productividad es innegable. El big data, la inteligencia artificial y la transición energética ofrecen vías para estimular la inversión y crear empleos de alta calidad. Las campañas de gasto público en defensa, infraestructura y energía renovable serán determinantes en Europa y EE.UU.
Además, la vivienda asequible y la inversión en salud requieren atención, pues son pilares para una recuperación inclusiva. La combinación de políticas fiscales responsables, impulso a la innovación y cooperación global puede desbloquear un nuevo ciclo de crecimiento.
En definitiva, más allá de las cifras y proyecciones, es esencial promover una visión integral que contemple riesgos, fomente la cooperación y potencie soluciones tecnológicas y verdes. Solo así podremos afrontar los desafíos y construir un futuro económico más robusto y equitativo.
Referencias